Otra vez el Sevilla. Otra vez miércoles. Y es que estos dos equipos
parecen destinados a enfrentarse entre semana en Liga. El año pasado fue así
tanto en la ida como en la vuelta. Resultado dispar para nosotros. Del
escandaloso 7-3 en Chamartín a empezar a perder la Liga con el 2-1 en contra
del Pizjuán (continuamos perdiéndola un 7 de mayo, también miércoles, en
Valladolid). Quizá fue en esa derrota en Nervión donde Rakitic, con un partido
soberbio y una jugada espectacular en el segundo tanto hispalense, empezó a
escribir su historia como blaugrana.
Los fines de semana también dejan buenos recuerdos contra
los andaluces. Dos remontadas épicas: una la segunda temporada de Capello con
Guti en su mejor versión; en 2010
levantando un 0-2 en contra con Van den Vaart arrastrándose en la línea de gol
para empujar el balón a la red en el último minuto; y como olvidar a Mikel Lasa
y su gol "desde casa" en 1995.
Pero volvamos a los miércoles. Si hay un día que recuerdo especialmente contra
el Sevilla fue el 16 de abril de 1997. Llegábamos
líderes con siete puntos de ventaja al Barcelona, segundo clasificado. El
Sevilla colista. Era miércoles y ninguno de mis acompañantes habituales al
Bernabéu podían acudir. Por mi tierna
edad mi madre comiéndome la cabeza para que no fuese yo solo y así quedarse
ella más tranquila. Al volver de clase le dije que no se preocupase, lo vería
en casa (lo daba Canal+). Respiró. Pero la hora del partido se fue acercando.
Esa cosa que solo sentimos los que acudimos a los estadios y que el resto de la
humanidad no comprende empezó a amargarme la tarde desde las entrañas; por la
ventana de mi habitación se vislumbraba otro atardecer primaveral de esos que
solo la capital sabe regalar. Saltó el resorte en mi cabeza y pegué un brinco
desde mi cama, o cerré el libro con el que estudiaba, o yo qué sé lo que hice,
que hace mucho y no me acuerdo. Pero sí recuerdo que me enfundé la camiseta
blanca, preparé el bocata (fue en ese instante cuando mi madre apareció
preguntando que qué hacía, aunque realmente conocía la respuesta) y línea 6
hasta Nuevos Ministerios.
Qué alivio cuando pisé el cemento que por aquel entonces
cubría el Fondo Sur. Noté por un lado que las vísceras volvían a su sitio y por
la columna el contradictorio hormigueo que producía el imponente Estadio
Santiago Bernabéu. Por mucho que fuese, por muchos años que llevase de abonado,
esa sensación de ser la primera vez que ibas se mantenía. Y me encantaba. Y
odio haberla perdido de un tiempo a esta parte. Una puta droga, joder.
Empezaba un partido que no se esperaba excesivamente
complicado. Minuto 1 gol de Jose Mari. Bueno, tocaba remontar otra vez. No
suponía mayores problemas, esa temporada fue habitual levantar 0-1 en
casa. Suena el marcador; alguien con
transistor ya nos había anunciado lo que mostraba el luminoso. Minuto 5 en
Zorrilla y gol de Ronaldo. ¡Ejem! Lógico que ganen, por otro lado. El
Valladolid estaba haciendo buena temporada (sexto en la clasificación), pero no
íbamos a pedirles nada. Lo que teníamos que hacer era ganar nosotros. La
cuestión estribaba en que lo peor no era ir perdiendo contra el colista. Más
bien que el equipo no creaba. No llegaban las ocasiones. Falso, sí llegaban,
pero de los que vestían de rojo ese día.
Y tuvo sus consecuencias. Minuto 20, el centrocampista holandés Tarik Oulida
hizo que nos mirásemos unos a otros resoplando, jurando en arameo, gestos de
resignación,... 0-2 en el marcador y el Barza que se ponía a 4 puntos.
Las tres próximas salidas eran Valencia, Barcelona y San
Mamés. Todo esto cuando veníamos de ganar 0-2 en Las Gaunas, sí, pero después
de empatar con el Compostela en casa y el Tenerife fuera. La temporada se podía
hacer larga. Tan larga como se me estaba haciendo a mí la primera parte del
partido. Recuerdo perfectamente cuando volvió a sonar el marcador y ponía ' Gol
en Zorrilla'. ¡Mierda! espeté. Que nadie
dijese nada, cuando había mil transistores a mi alrededor me hizo temer lo
peor. Que el run-run típico en esas situaciones no se diese me hizo verlo
claro. Gol del Barça... ¡Pues no!
Fernando ponía tablas en el minuto 30. No se celebró mucho ya que lo visto en
nuestro terreno de juego no era muy halagüeño que digamos. El equipo lo
intentaba pero no podía. Remaba pero no avanzaba. Pases imprecisos, nervios,
impotencia. El público con un silencio
tenso y algún tímido pito contagiaba (o se contagiaba, a saber) a los
jugadores. Era el minuto 46 del primer tiempo, todos veíamos que levantar un
0-2 en 45 minutos era complicado, cuando en una jugada típica de aquella noche,
acelerada y a trompicones, acabó en un gol al que nos aferramos todos como si
fuese un salvavidas en medio del Pacífico. Zé Roberto a Raúl que está en la
frontal (en fuera de juego, digámoslo todo), el 7 prolonga de tacón dejando el
balón dentro del área, Seedorf le gana la posición a Prieto y la ajusta al
primer palo haciendo imposible la estirada de Unzué. Ya llueve menos.
Ánimos renovados al comenzar el segundo tiempo. Minuto 1 de
juego y esta vez sí que se oyó el rumor. Más que el rumor el estruendo antes de
que lo anunciase el marcador. Víctor adelantaba al Valladolid. El Bernabéu
empezó a empujar como solo el sabía hacerlo. De tenerles a cuatro puntos
podíamos ponerles a diez. 14 minutos tardó Raúl (¡asistencia de Sanchís!) en
empatar el partido. Pero no era suficiente. El gol del Barza podía caer en
cualquier momento y teníamos que ganar. Encerramos al Sevilla en su área que
dio algún leve susto a la contra, mas el campo estaba inclinado en una sola
dirección. Aunque se resistía el
tercero. En el 77 de nuevo celebración que se empieza a extenderse como una
ola. Otra vez Víctor en Pucela para hacer ya imposible la victoria culé. Ganar
suponía media Liga y en cada ocasión vibraban los cimientos de Chamartín. Fue
en el 83 cuando la catarsis se adueñó de los espectadores del Colisevm Blanco.
Hierro establecía el 3-2 y nos llevaba a otra de esas remontadas épicas marca
de la casa. El resultado se redondeó con el gol de Mijatovic en el 89. De forma
tímida, sí, pero fue aquí cuando se coreó por primera vez el ¡campeones,
campeones! aquel año, cuya máxima expresión se alcanzó con el 3-1 al Atleti
unas semanas después.