miércoles, 4 de febrero de 2015

Otra vez el Sevilla. Otra vez miércoles.

Otra vez el Sevilla. Otra vez miércoles. Y es que estos dos equipos parecen destinados a enfrentarse entre semana en Liga. El año pasado fue así tanto en la ida como en la vuelta. Resultado dispar para nosotros. Del escandaloso 7-3 en Chamartín a empezar a perder la Liga con el 2-1 en contra del Pizjuán (continuamos perdiéndola un 7 de mayo, también miércoles, en Valladolid). Quizá fue en esa derrota en Nervión donde Rakitic, con un partido soberbio y una jugada espectacular en el segundo tanto hispalense, empezó a escribir su historia como blaugrana.

Los fines de semana también dejan buenos recuerdos contra los andaluces. Dos remontadas épicas: una la segunda temporada de Capello con Guti en su mejor versión;  en 2010 levantando un 0-2 en contra con Van den Vaart arrastrándose en la línea de gol para empujar el balón a la red en el último minuto; y como olvidar a Mikel Lasa y su gol "desde casa" en 1995.

Pero volvamos a los miércoles. Si  hay un día que recuerdo especialmente contra el Sevilla fue el 16 de abril de 1997.  Llegábamos líderes con siete puntos de ventaja al Barcelona, segundo clasificado. El Sevilla colista. Era miércoles y ninguno de mis acompañantes habituales al Bernabéu podían acudir.  Por mi tierna edad mi madre comiéndome la cabeza para que no fuese yo solo y así quedarse ella más tranquila. Al volver de clase le dije que no se preocupase, lo vería en casa (lo daba Canal+). Respiró. Pero la hora del partido se fue acercando. Esa cosa que solo sentimos los que acudimos a los estadios y que el resto de la humanidad no comprende empezó a amargarme la tarde desde las entrañas; por la ventana de mi habitación se vislumbraba otro atardecer primaveral de esos que solo la capital sabe regalar. Saltó el resorte en mi cabeza y pegué un brinco desde mi cama, o cerré el libro con el que estudiaba, o yo qué sé lo que hice, que hace mucho y no me acuerdo. Pero sí recuerdo que me enfundé la camiseta blanca, preparé el bocata (fue en ese instante cuando mi madre apareció preguntando que qué hacía, aunque realmente conocía la respuesta) y línea 6 hasta Nuevos Ministerios.

Qué alivio cuando pisé el cemento que por aquel entonces cubría el Fondo Sur. Noté por un lado que las vísceras volvían a su sitio y por la columna el contradictorio hormigueo que producía el imponente Estadio Santiago Bernabéu. Por mucho que fuese, por muchos años que llevase de abonado, esa sensación de ser la primera vez que ibas se mantenía. Y me encantaba. Y odio haberla perdido de un tiempo a esta parte. Una puta droga, joder.

Empezaba un partido que no se esperaba excesivamente complicado. Minuto 1 gol de Jose Mari. Bueno, tocaba remontar otra vez. No suponía mayores problemas, esa temporada fue habitual levantar 0-1 en casa.  Suena el marcador; alguien con transistor ya nos había anunciado lo que mostraba el luminoso. Minuto 5 en Zorrilla y gol de Ronaldo. ¡Ejem! Lógico que ganen, por otro lado. El Valladolid estaba haciendo buena temporada (sexto en la clasificación), pero no íbamos a pedirles nada. Lo que teníamos que hacer era ganar nosotros. La cuestión estribaba en que lo peor no era ir perdiendo contra el colista. Más bien que el equipo no creaba. No llegaban las ocasiones. Falso, sí llegaban, pero de  los que vestían de rojo ese día. Y tuvo sus consecuencias. Minuto 20, el centrocampista holandés Tarik Oulida hizo que nos mirásemos unos a otros resoplando, jurando en arameo, gestos de resignación,... 0-2 en el marcador y el Barza que se ponía a 4 puntos.

Las tres próximas salidas eran Valencia, Barcelona y San Mamés. Todo esto cuando veníamos de ganar 0-2 en Las Gaunas, sí, pero después de empatar con el Compostela en casa y el Tenerife fuera. La temporada se podía hacer larga. Tan larga como se me estaba haciendo a mí la primera parte del partido. Recuerdo perfectamente cuando volvió a sonar el marcador y ponía ' Gol en Zorrilla'. ¡Mierda! espeté.  Que nadie dijese nada, cuando había mil transistores a mi alrededor me hizo temer lo peor. Que el run-run típico en esas situaciones no se diese me hizo verlo claro. Gol del Barça... ¡Pues no! Fernando ponía tablas en el minuto 30. No se celebró mucho ya que lo visto en nuestro terreno de juego no era muy halagüeño que digamos. El equipo lo intentaba pero no podía. Remaba pero no avanzaba. Pases imprecisos, nervios, impotencia.  El público con un silencio tenso y algún tímido pito contagiaba (o se contagiaba, a saber) a los jugadores. Era el minuto 46 del primer tiempo, todos veíamos que levantar un 0-2 en 45 minutos era complicado, cuando en una jugada típica de aquella noche, acelerada y a trompicones, acabó en un gol al que nos aferramos todos como si fuese un salvavidas en medio del Pacífico. Zé Roberto a Raúl que está en la frontal (en fuera de juego, digámoslo todo), el 7 prolonga de tacón dejando el balón dentro del área, Seedorf le gana la posición a Prieto y la ajusta al primer palo haciendo imposible la estirada de Unzué. Ya llueve menos.


Ánimos renovados al comenzar el segundo tiempo. Minuto 1 de juego y esta vez sí que se oyó el rumor. Más que el rumor el estruendo antes de que lo anunciase el marcador. Víctor adelantaba al Valladolid. El Bernabéu empezó a empujar como solo el sabía hacerlo. De tenerles a cuatro puntos podíamos ponerles a diez. 14 minutos tardó Raúl (¡asistencia de Sanchís!) en empatar el partido. Pero no era suficiente. El gol del Barza podía caer en cualquier momento y teníamos que ganar. Encerramos al Sevilla en su área que dio algún leve susto a la contra, mas el campo estaba inclinado en una sola dirección. Aunque se resistía  el tercero. En el 77 de nuevo celebración que se empieza a extenderse como una ola. Otra vez Víctor en Pucela para hacer ya imposible la victoria culé. Ganar suponía media Liga y en cada ocasión vibraban los cimientos de Chamartín. Fue en el 83 cuando la catarsis se adueñó de los espectadores del Colisevm Blanco. Hierro establecía el 3-2 y nos llevaba a otra de esas remontadas épicas marca de la casa. El resultado se redondeó con el gol de Mijatovic en el 89. De forma tímida, sí, pero fue aquí cuando se coreó por primera vez el ¡campeones, campeones! aquel año, cuya máxima expresión se alcanzó con el 3-1 al Atleti unas semanas después.